Europa en miniatura.
La avenida Bucareli tiene apenas siete cuadras de largo, pero le son suficientes para adjudicar una identidad propia a cada uno de sus costados. De un lado quedan las postrimerías de la colonia Juárez, con sus nombres de ciudades europeas –no por nada- y la elegancia que sus decrépitas fachadas se esfuerzan por mantener como los antiguos aburguesados que seguramente las habitaron. Así, sobre Bucareli mueren Atenas, Barcelona y Lucerna tras dejar atrás la calle Versalles.
Fontaneros vs electricistas.
Del otro lado son todas calles de oficios, sólo que sin relación con sus nombres como sucedía en el medievo en los burgos europeos. De esta forma, la calle Ayuntamiento se dedica durante varias cuadras y en exclusiva al mobiliario de baño. Decenas de retretes, bañeras y mamparas desbordan los comercios, colgados de los dinteles, flanqueando puertas o, simplemente, desperdigados por la acera. En la calle paralela, de nombre Artículo 123, son más minimalistas. Se venden exclusivamente interruptores, fusibles, transformadores de corriente y bombillas. Y así, otras tantas calles. Si los oficios alguna vez dieron vida a grandes clubes, se podría armar una liga del Centro Histórico.
Si el poder está en los medios, es una calle poderosa.
Hay sin embargo elementos comunes a ambos lados de la frontera Bucareli. El diario El Universal y el Excelsior, dos de los principales periódicos nacionales, tienen sus respectivas rotativas a ambos lados de la calle, haciendo sendas esquinas con Reforma. Del lado del primero, a una cuadra, se sitúa el semanario Milenio, el equivalente aproximado a la Newsweek o a la española Tiempo. Y del lado del Excelsior, simétricamente una cuadra más atrás, el cuartel de La Prensa, otro de los diarios de gran tiraje. Precisamente es el diario Reforma el único de los principales impresos que no está junto a su calle homónima. De entre todos, mi favorito es el edificio del Excelsior. No el nuevo sino el antiguo, colindante a la manera local (debido a la permeabilidad del suelo muchos edificios se hunden ligeramente de un lado, esto es visible en las junciones). El antiguo Excelsior es un magnífico conjunto gris de cemento y ventanas rectangulares al más puro estilo de la Escuela de Chicago. Se me ocurre que quizás el nombre del diario surgiera al contemplar el edificio concluido.
Bucareli en los libros.
La manzana de La Prensa también da a Bucareli, en el cruce sobre la calle Morelos. Unos diez metros antes de llegar a la esquina, viniendo por Morelos, a través de los cristales de la cafetería ya se puede ver media Bucareli. Es el enorme Café La Habana, fundado en 1952 en aquella esquina, como reza bajo el logotipo. Después del Tacuba, que hace la función del Brasileira, el Tortoni o el Ateneo en la Ciudad de México, el La Habana puede ser por derecho propio el siguiente café histórico. Es diáfano, de fachada acristalada, techos altos, con muchas mesas y sillas sencillas e idénticas y el suelo de baldosas grandes. No hay tabiques, es un solo espacio. Tanto las paredes interiores como el exterior son de color crema, pero las enormes fotos en blanco y negro que hay en hilera sobre la barra y las mesas respaldan con orgullo en nombre del café. Hay un tintineo constante de cucharas y tazas, y tiene eco debido a su gran tamaño. Un buen grupo de meseros corretea de aquí para allá, casi siempre, o espera clientela poniendo a punto las mesas.
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